martes, 20 de mayo de 2008

Caballo de metal


Verano.

El sol hace brillar el oro de mis crines hiladas,

al son que las derrite.

La lluvia moja mi cuerpo inoxidable.


Otoño.

Hundido en mi armadura galopo fuerte como el acero,

suave como la plata.

El viento golpea mi dura y pesada cabeza.


Invierno.

Llevo una coraza que me envuelve hasta los huesos,

tengo corazón de alpaca.

Frío como una piedra me acurruco en la hierba.


Primavera.

Quiero el aroma de las flores que no puedo oler ni ver,

quiero su color.

Me conformo con sentir la tibieza de estación.


Estío.

La quietud ha adoptado hasta mis más pequeñas piezas,

hace siglos que no como.

Soy caballo de metal, ni alegre ni desdichado.



lunes, 5 de mayo de 2008

Sumergirse



Llegué por un corredor,
recorrí cada línea de tus delirios.
El reloj caminaba con pasos agigantados,
los pies agitados,
y el tiempo me empujaba
a las fuentes del presente inapacible.

Bebí la esencia de tus besos,
recorriste cada uno de mis delirios.
El tiempo parecía fabricarse en tus manos,
parías cada segundo,
y me arrastrabas hasta el agua,
a las fuentes donde siempre quise mojarme.


¿Por qué emigran las mariposas monarcas?



Donde reposan las mariposas está el lugar,
no muy lejos, no muy cerca todavía.
Aunque deban recorrer 3000 kilómetros
y encontrarse todos los años con la misma ruta,
el mismo sitio y el mismo árbol,
ellas vuelan.
Y entonces el remanso, la hibernación,
el punto cúlmine, la naturaleza misma.
Todos entonces deseamos ser mariposas.
Queremos volar.
Queremos encontrar ese lugar.
Durante el otoño estamos en el aire,
en el invierno, en el sueño suave y tranquilo.
Primavera es el instante justo del renacer.
Entonces, ya no somos los mismos.
¿Por qué emigran las mariposas monarcas?
Ya no es la pregunta, es la respuesta.