lunes, 15 de junio de 2009

Enfocar.

La vida nos va transformando,
o quitando formas quizás.
Estuve cavando mucho tiempo,
rasguñando con mis manos hasta el dolor,
enterrándome.

Entonces necesité alguien que me defendiera,
alguien que me diera amor,
y no vi a Dios.
En cambio,
encontré mucho más
y mis brazos cansados se alzaron a la luz.

Y fue un instante,
un cigarrillo, un puñado de tierra,
un cielo, un paisaje
que cambió todo.
Ser feliz sólo dependió de querer serlo.

martes, 26 de mayo de 2009


Indiferencia

Figura en la vidriera
fabricante
de imágenes rotas
y todos pasan,
miran y no ven.

Todavía estás
sosteniendo tu cuerpo,
imaginás que el viento
es apenas una luz
porque en la caja de cristal
no se guardan las muñecas.






(con Dani)

Baker Street 221 B

Sospecho.

Quedarme para descubrirlo
es desgarrar mis vestiduras,
quedar desnuda
ante mi verdad.

La intriga alimenta al deseo.
Quitarse la ropa,
es el primer paso.
Descubro,
el miedo de estar solo,
es el odio hacia uno mismo.




(con Franco)
Pantalón.

Afuera llovía un poco menos torrencialmente que adentro mío. No quería levantarme, no al menos ese día. Debía tomar decisiones. ¿Debía? Debo quise decir. Pero aquel Domingo, aquél, era distinto. Llegaba de afuera el aroma de mi más tierna infancia: así es como algunos suelen llamarla pero yo no, aunque antes de hoy hubiera sido frustrante pensarlo. Esta mañana entendí todo con claridad: a veces el pasado ayuda a crecer. Crecer es un pantalón que nunca más te va a entrar.
Volvamos a ese Domingo. Me senté entre las valijas de ropa y supe que, aunque estuviera lleno de parches, tenía buenos recuerdos. Más malos que buenos en realidad, recuerdos en fin. Me largué a llorar porque parte de mí entendía la despedida y la otra comenzaba a extrañar. No sé si sabía lo que hacía pero en ese momento decidí guardarlo, esconderlo, conservarlo. Fue tal vez porque algo de mí intuía lo que iba a pasar cuatro primaveras después.

Hoy, después de cuatro inviernos, lo encontré y aún estaba sucio. O se había reducido, o sus agujeros se habían agrandado gracias a las polillas. Si bien de chiquita lo creía apto para ir a un cumpleaños con payasos ahora sabía que no era lindo, más bien era espantoso. De adentro una voz me llamaba al mar de la tristeza. Lo miraba y en mi cabeza rondaban mil recuerdos. Nublaban mi vista aquellas lágrimas que caen amargas y se vuelven saladas al pasar por la mejilla. Fue entonces, y no antes, que tuve la oportunidad que esperaba: lo tiré.